Hermenegildo López González

                                                                    Universidad de León, España

IN MEMORIAM. S. F. GONCHARENKO

 “sus hechos grandes y claros no cumple que los alabe, pues los vieron, ni los quisiera hacer caros pues que el mundo todo sabe cuáles fueron.”

(Jorge Manrique)

Con la ansiedad terrible del novato ante su folio en blanco, afronto una labor por nadie deseada: hilar torpes palabras y plasmar en papel los sentimientos, ante una despedida. Nada puedo añadir a lo ya escrito y poco podré agregar a su recuerdo, mas arrastro una deuda de eterna gratitud al hombre y al poeta en su trato conmigo. Me permitiré, entonces, la licencia de arrimar a otros tantos, mis recuerdos, en señal de homenaje emotivo y profundo.

Sí, hoy creo recordarlo con cierta claridad; era, seguramente, un viernes por la tarde de un lejano horizonte de doce años atrás. Tras un interminable viaje, con trasbordo incluido en  medio de esta Europa que nos une y separa; redescubríamos, al fin, y ya por tercera vez, con ojos aún incrédulos, una enorme ciudad, un aparente caos que, a pesar de aprensiones y temores primeros, comenzaba a fijársenos al alma como segunda piel. Parada, al fin, y fonda, en el apartamento 418 que se convertiría, gradualmente, en nuestro cobijo moscovita para toda una década. Una noticia, por cierto inesperada, aunque, a decir verdad, más que agradable: cena oficial con un vicerrector de la MGLU, sin precisar su nombre. Tarde de charla amena y distendida… ¡con el gran hispanista S.F. Goncharenko! Apenas desbrozábamos, sin embargo, un camino de aventura común llamado TEMPUS, al costado de la calle Ostoshenka y a la sombra de nuestras añoradas cúpulas de San Nicolás Khamovniki.

Así de imprevisible y humano se mostraba. Y desde aquella misma tarde pudimos descubrir a un excelente comunicador, a una extraordinaria persona y a un enamorado, sin restricción alguna, sin tasas ni reservas, de todo lo español, en su lengua y cultura. Mas ¡cuán lejos estábamos algunos, de imaginar siquiera, la notoriedad de quien nos obsequiaba así y gastaba su tiempo escaso con nosotros! El curso de los días nos ha hecho lamentar, por ello, una ocasión fallida. No se prodigan, para nuestra desdicha, en estos tiempos convulsos, ni el número de grandes personajes ni, aún muchísimo menos, la fortuna de disfrutar de su presencia y su palabra encendida. Hoy juro que lamento no haber sabido ser más egoísta abusando de charlas amigables y momentos de serena armonía. Nunca quise violentar siquiera una, sin duda, demasiado apretada agenda, por más que, respetuoso, nunca osara mostrárseme ocupado.

Desgraciadamente, pues, no puedo yo jactarme (sería lo más cómodo, quizás en esta hora) de haber conocido o tratado con intensidad al Profesor Goncharenko. Sí de haberle mostrado, acaso torpemente, mi gran admiración y el hecho de contar con su respeto y personal afecto, demostrado y palpable en algún que otro lance… Mas ¿quién puede alardear de penetrar siquiera, el secreto universo de un singular poeta, si falta un lazarillo que rasgue, a dentellada viva, los velos del misterio?  Sólo unos pocos, sí, privilegiados como él, tocados por alado mensajero; aquellos que han sabido quebrar los severos grilletes de sombría caverna y han corrido a la luz (Mañana sí veré con ojos jubilosos / la luz, la luz del día;-León de Greiff). Escasos elegidos destinados a traducir al resto de mortales su personal hallazgo: el significado último de la verdadera realidad, la esencia misma de las cosas, secretos como “el peso (real) del grano” que el sembrador arroja. A veces (por suerte no es el caso), incluso desde ominosos silencios y escasas gratitudes.

Así de autorizado y trascendente palpitaba en su forma de ser y de comunicarse. Escuchador sincero, sin prisas ni aún odómetro, desfadedor de entuertos como bien corresponde a moderno Quijote, analista sutil de personalidades, perseverante escrutador de mundos donde reina, segura, la palabra, la suya y aún la ajena, e infatigable paridor de ideas y proyectos, para los que tampoco quiso escatimar su tiempo ni su brazo.

Así de imprescindible y diligente se ofrecía en todo aquello a lo que, de una u otra manera, se juzgó vinculado. Mas cumple poner broche a cualquier obra humana y, con don Miguel de Unamuno, cuya huella siguió en múltiples facetas y al que contaba entre sus poetas preferidos, encontrar el difícil camino del “destierro” o ¿por qué no pensarlo?, quizás el de una patria, por fin, definitiva.

Me destierro a la memoria, voy a vivir del recuerdo. Buscadme, si me os pierdo, en el yermo de la historia,

que es enfermedad la vida y muero viviendo enfermo.

Se ha apagado una voz; cargado de recuerdos, de triunfos y de logros se retira el poeta, entre la admiración y los aplausos, mas no se va del todo pues nos quedan sus obras, su amistad, su recuerdo, su imborrable presencia. Este fecundo grano, enterrado en sazón, ha germinado con desprendida generosidad; cumple ahora, no más, vigilarla con mimo y recoger espléndida cosecha. Reto, al fin, que, sin duda, afrontará gustosa, aunque dolida, la gran legión de amigos y discípulos que seguirán su huella. Y en lugar destacable, la niña de sus ojos, la Asociación de Hispanistas de Rusia que honrará como cabe su nombre y mantendrá robusta su memoria.