Rubén Darío Flórez Arcila (traducciones de poesía de S. Goncharenko)

En una calle de Moscú entre incontables Mercedes-burbujas

se extravió Don Quijote el caballero,

nunca vio juntos a tantos malignos brujas,

el señor que nada creía ajeno.

Atendió a Sancho quien pensó,

que al enjuto caballero la romántica Rusia

lo llegaría a recibir mejor.

Es un enigma el alma rusa

que uno no aclara con la mente,

a veces hacia el poder es amorosa

y otras lo arroja por la pendiente.

El ideal al Quijote le acelera el corazón

y con la lanza va en arremetida.

¿Dónde estás Gran Bestia? Acaso es la Toyota,

o el Mercedes que acosa como Satán con motor…

Al diablo con Belcebú, si no sabe

quién es el hidalgo de la triste figura,

aunque el maligno no posee la clave

para evitar la pena que el caballero augura.

Lo peor es que el Quijote no vio tanto bandolero

ni siquiera en la pícara La Mancha

y transido de pensamientos lastimeros

se apresta a tomar su revancha.

Con su espíritu intuye al enemigo,

más la razón no le señala el lugar

y teme que la urbe maquiavélica,

lo engañe con un simulacro y no con el Satán de verdad.

Es posible que el banquero lleve en su prisa

inquietud por la horda famélica,

aunque el ricacho muerto de risa

declare a rocinante un pobre delirante.

Vergonzoso es el brillo del millón,

junto a la sórdida pobreza

y no habrá fe ni religión

que vuelvan a la miseria una deseada ciencia.

Dan lástima a los pobres miserables

los ahítos magnates satisfechos:

que con sus sicarios atropellan implacables

atronando la avenida de balaceras y acechos,

porque es puntual la bala que traspasa

el bar, la esquina y los Mercedes blindados,

hasta allí los alcanza y la cuenta les pasa.

Y los pobres que la vida la jugamos a los dados

cualquier réplica de nuestro amado Quijote

es nuestro santo y seña en esta oscuridad.

Como dijera Sancho el francote:

en nuestra Rusia hay hacia ti profunda lealtad,

un amor muy fuerte por el orate hidalgo,

infortunado señor de las armas y la verdad,

que desde la infancia nos dio su libro mágico

haciéndose así nuestro héroe nacional.

 

 

 

 

Era un río y dos melancolías,

un puente había cuya travesía

no estaba señalada para ambos,

por el destino ni por el camino.

Llevó el incierto azar a dos

desconocidos hasta el puente,

la palabra sobró en aquel momento,

era más pobre que el silencio,

en aquella noche bastaba la mirada

que los envolvía y de la mano

se encaminaron a un lugar

habitado por cierta voz lejana.

Hijos de la lluvia, entre el cristal otoñal,

de resplandor salpicabas el río Sena,

como si la luz fuera sangre de un raudal.

Eras el manantial de mis comienzos

y al agotar mi aliento con tu luz

fui todo y nadie entre tus dedos.

Como extraviado me fui por el camino,

yo lo sabía, tú eras el inicio del paraíso

que apenas existía en la imaginación.

 

 

 

 

Eso es todo. Lo dividí.

No hay temor ni dolor.

No es una gota de sangre, es un rubí,

que en el cadalso se ve como un cristal.

Era noble el color

del cristal que quedó,

era un nudo ciego

y ahora ha sido deshecho.

Tristes se estremecen los muñones

cual tentáculos de pulpo

y las cicatrices que quedaron,

como si anhelaran en tumulto

aquello de donde fueron cercenadas

por el hacha, de un tajo.

¿Acaso han regresado del país

los condenados al cadalso?

Tal vez el zar de Frigia

reanime el teatro,

¿para que todo sea como antes?…

Nadie hallaría nunca tal  mago

que logre los miembros tronchados

en una unidad reunir.

El nudo ha sido cortado y la sangre

del color del rubí era soberbia,

pues en el corazón del nudo

estaba zar, tu vena aorta.

 

 

 

Señora de la Gracia no me juzgue con dureza

pues no confesaré lo que soñé

o aconteció en mi cabeza,

o fue en la realidad tal vez.

No ha corrido tanta agua por el puente

ni la esclerosis pasó recibo de invalidez,

le pido que no me juzgue con tanta severidad,

pues llegué a creer que mis ensoñaciones

eran ciertas y entre la multitud de la estación,

en los muros fabricados con espejos,

no sabría diferenciar una realidad

virtual de las formas de la verdad,

y no confié en mi tacto y me rendí a los ojos,

juntando el espejismo y el ser como el chamán,

y en el engaño de la óptica

creí ver una chispa de claridad,

era justo que no tocara el fondo ni el umbral.

¿Cuándo te alcanzó, Parca, el tiempo

para marcar los números de mi libreta,

uno a uno los teléfonos con cruces de la sentencia?

Los amigos se marcharon en hilera

y como si no trajera la pérdida desolación

pues en un mundo virtual las caras

siguen presentes como su corazón.

Aguanta ahora y que resuene la voz

que inventó la cinta magnética,

aprieta los dientes, supón que la vida

tuya no ha sido en pedazos dividida,

aunque se fueran a una región galáctica.

¿Qué no quedan los pedazos? Cual hilos de araña sutiles

está en grietas fantasmagóricas el artificio virtual

que apenas ayer prometía todo el color de la vida,

cuando departíamos en nuestro bar.

¿El mundo dónde solo lo virtual tiene realidad

quedó ileso lejos del destrozo,

lejos del vuelo aciago de Goytisolo

cuando en el asfalto de marzo se desangraba solo?

Fue el albur y no hay más vuelta de hoja.

Tiene mañas, quien diga que lo cambia.

Si te abandonó el éxito en esta lid perversa,

se pierde el derecho a un segundo intento,

quien lleva el puñal arrebata la segunda vuelta,

debe ir sin alma,  a lo que sea dispuesto…

Quien tomó por las crines la fortuna, escucha:

Resiste hasta la muerte sobre el brioso

potro que no ha domado nadie,

quienes te acechan piden un deseo:

aciaga sea la decisiva ronda,

de los estribos caerá el jinete;

el drama avanza a su sabido destino,

la regla es de hierro en la arena imprevista,

el último jinete no irá a saber:

un sicario sin rostro apuntará a la nuca.

 

 

 

 

No sé por qué

a espaldas mías

acechan tantos ojos.

Es una cosa extraña,

como si la promesa

que di, rota hubiera

sido por mí

y al desdichado

su moneda

le hubiera negado…

Habré entonces

de examinar mi vida.

Fue mi orgullo

hacer feliz a todos,

traer bondad

y este fue el pecado.

La bondad no pide

celebridad,

se enmascara

la soberbia de generosidad.

Todo se hace oscuro…

quien persigue hace un signo

que no descifro.

¿Es un conjuro?

En este acecho

resulta extraño

que una mirada

no traiga mal de ojo,

si me sigue desde atrás,

¿Será que la fatalidad

me reserva todo

lo que el destino ha calculado?

 

 

 

 

A la extensa Rusia las nieves anegan.

Los bosques blancos se escarcharon,

en la estepa y en la taiga sólo huellas

de pájaros y de fiera que los cielos

no dejaron emigrar al sur,

o más bien que prefirieron en lugar

de los confines tibios, la albura de la nieve

y la belleza de la borrasca de navidad.

Así, el vagabundo sin techo ni hogar,

aunque el Señor lo lleve al paraíso

será ingrato y no tendrá felicidad,

lejos de la amarga y purísima Rusia.

 

 

 

 

A la memoria de Mijaíl Bajtín.

 

La mascarada irrumpe con destellos… Pero…

hay algo que no suena bien

aquí, donde el recio ron

no halaga el corazón.

Parecería que cualquiera daría papaya,

la marimonda y el hombre caimán

buscan la oportunidad que estalla.

Más el payaso no será el señor,

no tendrá su cuarto de hora.

Aquí la retórica oficial

impone certezas y severidad.

El chisme  bien lo sabe

que el juglar no puede ser mandamás.

Así es, esta es la mascarada

castrada de la mofa del carnaval,

habría allí, derecho para el que quisiera

derribar todo fundamento,

hacer vacilar al ídolo del pedestal,

trastocar el sentido con la frase

que zumba en el alcázar

que se burla en un tugurio

de la esencia y la jerarquía,

de los analistas y su augurio,

del encanto de la monarquía.

Sea la risa mágico cristal

del alucinado espejo del carnaval

que trastorna el gesto de la autoridad

haciendo ridícula la regla y el acartonado

canon de la vaca que caga sagrada,

porque un silbido y un desfile nuevo,

crean con su ensalmo un insólito juego

del mundo donde el tiempo es imprevisto,

donde arriba puede ser abajo

y el que ríe renace en su estupor,

donde sea muchas veces bienvenido

quien se arroja iluso al efímero rol,

donde el infeliz abraza al prestamista;

si es carnaval, que el sonido despierte

el sentido de la frase de cajón.

En la noche es ilusoria la falsa

levadura que hincha un carnaval pomposo,

que nos ilusiona sin la saliva de la risa

ordenando a todos poner cara de tramposo.

Mascarada que en su vértigo aprieta el corazón

de quienes arroja a su destino

de vivir y saber que la muerte acierta siempre con tino…

Aunque si lo repites una y otra vez,

lo inesperado te regresa la fe,

aunque el alma viva a la espera,

en una angustia que no deja ver

 

 

 

 

Después de medianoche no tuve fe

en tu símbolo del búho, León de Greiff.

Contando uno a uno mis despojos,

arroja la vela una sombra.

Fumé el último cigarrillo

y no puse fin al verso.

Su respiración se sentía cerca,

pero se alejó y hubo un silencio,

se calló, quedó sin aliento…

¿Y cuál búho lo volverá a la vida?

No existe: lo ha devuelto

al cenit la luz cósmica,

que en el abismo está al tanto de que el verso

y la balada lleven la clave de su música.

Acaso lo pensó, aún no es el tiempo

acaso muy débil era el resplandor.

¿Quién lo sabrá? Tal vez el arquero

de su luz estelar.

Vuelve como una luminosa veta,

pondría mi corazón como un blanco

para tus transparentes saetas,

para las invisibles olas de tus moléculas.

 

 

 

 

 

 

 

¿Hace tanto que nuestro paseo por aquella alameda

 resultaba más deseada que el juego?

Ante nuestros ojos los hijos se hacen adultos, s

e marchan a sus mundos.

Lo sabe Dios ¿apenas ayer no era yo

para ustedes la mitad del universo?

Pero entre nosotros centellearon los cristales,

trajeron tristeza y un poco de fiesta.

Les pido no arrojen la puerta

al caleidoscopio que atesora el pasado:

aún la hora de nuestra confianza,

como un espejismo no se ha esfumado.

Aún en este mundo puedo ir en su ayuda,

o hasta la tiniebla que gobierna el hado…

¿Acaso se hacen adultos muy pronto los hijos,

o es que nosotros nos volvemos niños?

 

Serguei Goncharenko

Versión: Rubén Darío Flórez